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B. Leighton

Biografía de Bernardo Leighton Guzmán

Para iniciar este documento que persigue entregar antecedentes de su biografía, puede ser útil incluir esta semblanza


Semblanza

Bernardo Leighton Guzmán

Bernardo Leighton Guzmán fue Ministro de Educación entre 1950 y 1952, durante el gobierno del Presidente Gabriel González Videla. La Corporación Educacional que lleva su nombre se propone hacer realidad el ideal humanista y cristiano que siempre guió su actuación en los campos del arte, la cultura y la política. Se le llamó “Hermano Bernardo” y no tuvo enemigos. Como Cristo, Bernardo Leighton pasó por nuestra patria haciendo el bien y dejó huella imperecedera. Por eso la Corporación desea proponerlo a las generaciones de jóvenes de Chile como modelo a seguir, sin jamás apartarse de lo justo, lo racional y lo bueno. Andando el tiempo, habrá grandes hombres y mujeres, nacidos en nuestro suelo, que engrandecerán a la patria y habrán cultivado sus talentos en la alegría de vivir, como lo hizo Bernardo Leighton, ocupando el lugar que les corresponda de cara al siglo venidero, al comienzo del tercer milenio del Cristianismo. Había en Bernardo Leighton un imán que atraía a todos, y todos querían expresar delante suyo sus particulares puntos de vista. Lo dio todo por Chile: bienes materiales, profesión y cargos públicos, incluso su vida después del atentado sufrido en Roma. Por eso su nombre quedará inscrito entre la falange de hombres y mujeres generosas que han hecho grande a Chile. Desde la Corporación Educacional que lleva su nombre, Bernardo Leighton Guzmán seguirá guiando a la juventud chilena.

De Diccionario Biográfico de Chile Edición
Abogado. Padres Bernardino y Sinforosa. N. Nacimiento 16/8/909. Estudios. San Ignacio. Seminario de Concepción y U.C., titulándose el 33. Memoria “La Propiedad Rústica y los Gremios Agrícolas“. Ayudante de Filosofía del Derecho en la U.C. Fue Presidente de la Juventud Conservadora y Ministro del Trabajo de la Administración de Arturo Alessandri. Del 50 al 52 Ministro de Educación. Cuenta Banco del Estado. Esposa: Ana Fresno. Dirección Morandé 322. T. 67894. Stgo.

Del libro “Cuatro retratos en profundidad” Ibañez, Laferte, Leighton, Walker. De Ricardo Boizard.
Este Bernardo es hombre del sur. Su ciudad de origen es Nacimiento, uno de esos tantos pueblos chatos que más allá del Bío Bío parecen perdidos entre las frondosas ramas del bosque natural. Su padre, que es juez del departamento y su madre, natural de Angol, después de largos años han logrado conservar este vástago de su unión, un muchachito moreno y nervioso que parece tal frágil y delicado como un pajarito. Pues bien, el austero juez de la ciudad de Nacimiento y en seguida Notario de Los Angeles, vivió sumido en expedientes de cuatrerismo y el hijo precoz escuchaba con alegre vivacidad las espeluznantes historias. Se menciona el cuatrerismo llevado a cabo por los mismos hacendados a través de sus peones. Llega 1913 y la familia se traslada a Los Ángeles. No va a la escuela. Una profesora hermana de Juan Antonio Coloma le hace en las tardes los primeros cursos de preparatoria. Tiene dos hermanos adoptivos, un niño y una niña.

A los doce años abandona el pueblo. Después de un año en el Seminario de Concepción, ingresa al Colegio San Ignacio en Santiago y llega en los precisos momentos en que un mundo nuevo parece asomarse en el horizonte político del país.

Se menciona una carta de colegio enviada al Presidente Alessandri en compañía de su camarada de curso Sergio Fernández Larraín.

La carta, por supuesto, no tuvo contestación, pero algo musitaba en el alma de Bernardo Leighton una cruda y dolorosa verdad; y es ésta de que no es posible pensar que la política avanzada se opone al catolicismo social ni es posible creer que la Iglesia sea un abogado del catolicismo.

Se aleja del terreno político y busca sólo la regeneración moral de la sociedad en obras que, apartando lo odiosa confusión, pudieran acercar a los católicos a ese pueblo perdido por el Partido Conservador.

Estamos en 1927 y son los años en que acaba de terminar una etapa paralela de la juventud universitaria en la Asociación Nacional de Estudiantes Católicos.
Después viene la Dictadura y con ella el socialcristianismo naciente en la juventud sufrió un colapso de serias repercusiones. Sucedió un corto periodo en que el arribismo y la frivolidad instalados en la abandonada casa pretendieron organizar festivales en lugar de academias, bailes en lugar de controversias, vida social en lugar de propaganda.

En ese momento llegó Bernardo Leighton a la Asociación. Con él llegó una remesa de auténticos valores de la juventud; venían Manuel Francisco Sánchez, Ignacio Palma, Manuel Garretón, Eduardo Frei. Se trataba de expulsar a los mercaderes del templo y Bernardo inició la tarea con dura tenacidad.

Es así como la Asociación de Estudiantes Católicos se convirtió en un torbellino de inquietud.

……..Las juventudes dispersas por la tiranía comenzaron a agruparse, se establecieron contactos con las incontaminadas figuras de régimen viejo; y en torno a Gumucio, cuya vuelta del destierro lo colocara como símbolo de la libertad, empezó a surgir del pasado un nuevo modo de actuar, y el anhelo de la reconstrucción civil invadió los espíritus.

Un día en la gran crisis de 1931, Leighton transformado en joven líder de la Asociación de Estudiantes Católicos, asistió como espectador a una tumultuosa concentración obrera en el Teatro Coliseo.

Esto lo lleva a tomar contacto directo con los cesantes, que venían de las salitreras del norte. No había para ellos ni trabajo ni compasión.

Vuelve Bernardo a la Asociación de Estudiantes y antes de cerrar la noche tiene organizado un comité para prestar ayuda inmediata a los cesantes. Grupos de muchachos recorren la ciudad pidiendo zapatos, ropa, víveres y medicinas.

La caridad responde con largueza, pero es necesario tener un camión para recoger los objetos y repartirlos. El problema sin embargo, no es el camión, sino el permiso municipal.

El Alcalde señor Parada niega el permiso porque parece subversivo entregarse a tan humanitaria labor.

Leighton, que ha ido cayendo peldaño tras peldaño a la realidad, se da cuenta por fin de lo que sucede.

Lo que sucede es esto: cesantía en la clase obrera, silencio para ocultar el mal y dictadura para evitar que los cesantes protesten.

O sea: lo primero no es buscar zapatos, ni ropas ni pan.

Lo primero es conseguir libertad.

Y es en este vértice dramático donde Bernardo Leighton se encuentra con el imperativo de ingresar a la política de una vez.

Una noche, su compañero de Universidad, Rafael A. Gumucio le invita a conocer al caudillo de la libertad.

La Universidad Católica, al día siguiente, ya no es la misma de todos los días. Es espíritu de Leighton ha penetrado la verdad y no hay tiempo que perder en su decisión. El Centro de Derecho, que había sido en otros años una elevada tribuna de formación cultural, va a transformarse de la noche a la mañana en asamblea del descontento.

El rector de la Universidad Católica don Carlos Casanueva se opones a que José María Cifuentes dicte una conferencia sobre la Hacienda Pública. El Rector desea mantener a la Universidad fuera del comercio político.

Bernardo Leighton no. El pequeño estudiante se impone sobre sus compañeros y se enfrentan con el Rector. Consigue una decisión escandalosa y es la de disolver el Centro de Derecho como protesta ante la arbitraria medida.

Chocan dos fuerza en la Universidad: la virtud paciente y acomodaticia del santo Rector y la ardorosa voluntad del insubordinado alumno.

Un día la lucha de hace crisis. Los alumnos de la Universidad de Chile el 24 de julio de 1931 han resuelto atrincherarse en el plantel fiscal hasta que se derrumbe la Dictadura.

Leighton promueve el apoyo a este movimiento y logra que un grupo se dirija a la Casa Central de la Universidad de Chile. Julio Barrenechea presidente de los alumnos de la Chile, los recibe con felicidad.

Desde el día siguiente, va a empezar para todos la más triunfante jornada libertadora que jamas hayan podido vivir como entonces en nuestra patria los estudiantes chilenos.

Gracias a Bernardo Leighton, esa jornada fue obra de las dos universidades, unidas por el heroísmo del estudiantado y a despecho de las autoridades enmudecidas.

El 26 de julio cayó la Dictadura.

Bernardo Leighton lucha en su partido, tenía sólo 21 años. Recorrió el país entero.

Naturalmente, un espíritu tan hondamente cincelado por la tragedia nacional y tan sensible a sus vicisitudes, no podía menos de aparecer en todos los círculos como un precioso aporte de la juventud a la solución de los problemas; y es así como Bernardo Leighton, en los días de la sublevación de la Armada, en que el Gobierno necesitaba no sólo reducir por la fuerza a los amotinados sino también por la persuasión, fue comisionado para trasladarse a Coquimbo con el objeto de llevar la palabra universitaria al seno mismo de la revuelta.

Leighton antes de asumir esta responsabilidad va a la Iglesia de San Ignacio, habla con su confesor el Padre Gómez y reza. Después toma contacto con Marcial Mora Miranda, que acababa de jurar en el recién organizado Gabinete.

Había el peligro que a la sublevación de la Armada, se sumara el Ejercito y los carabineros. Lo acompañan en la reunión: Manuel Francisco Sánchez, Eduardo Frei, Jorge Rogers, Sergio Valenzuela, Julio Barrenechea. Se plantea en el libro aspectos importantes de la conversación con Julio Barrenechea, anarquista, comunista como el mismo se declara, pero termina apoyando el viaje de Bernardo.

Marcial Mora duda inicialmente de la capacidad de resultar positiva esta gestión, pero con la conversación con Bernardo cambia su impresión.

Siempre su gran compañero fue Manuel Francisco Sánchez, estuvo con él en muchas de sus importantes procederes.

Viaja a Coquimbo en tren. Llega al nortino puerto en la noche del día siguiente. Los marineros amotinados cada día se muestran más intransigentes y duros.

Es interesante lo que le dice Bernardo al Almirante Schroeders, después que este jefe marino le pide colaboración en la elaboración de un acta que se estudia para terminar el conflicto.

– Yo le advierto, Almirante, que suscribo muchas de las aspiraciones de los marineros y si estoy aquí no es para otra cosa que para procurar que sus deseos se encaucen por el camino legal. Mientras el Jefe de la Armada decide sobre el particular, Bernardo Leighton recorre la playa y se da cuenta que todos los obreros, todos los pequeños empleados, los carabineros de servicio y hasta los suboficiales que aún obedecen a la autoridad, están con el movimiento. Aquello no es sólo una sublevación en en toda la extensión de la clase proletaria.

Leighton preparó una carta dirigida a los amotinados.

A las once y cuarenta y cinco de la mañana se recibió la contestación. Los marineros estaban dispuestos a recibir al delegado juvenil y ponían a su disposición los medios requeridos.

El libro presenta en detalle una explicación de la forma como se desarrollan las conversaciones y el positivo resultado final, que le permite alejarse de El Latorre con el aprecio de los sublevados.

Desde su ingreso en 1932 al Partido Conservador, Bernardo Leighton se convirtió en el corifeo de tan saludables como fundamentales doctrinas.

En primer término, aglutinó a su generación en torno al Partido Conservador, que en esos años era como decir, en torno a Gumucio.

Fue poco a poco creando una nueva modalidad para actuar, la de la polémica directa entre los diversos grupos ideológicos, y especialmente entre los grupos emanados de la densa masa popular.

Cada individuo puso en el pensamiento inicial de la renovada juventud conservadora un poco de sus inquietudes: Garretón, su hispanismo derivado del pensamiento de Ramiro de Maeztu; Palma, su primario aunque abandonado instinto fascista, extraído de la educación germana; Frei, su devoción a Maritain; Leighton, su inagotable confianza popular.

De ciudad en ciudad, de barrio en barrio, de plaza en plaza, va llevando la voz de su evangelio que como trompeta resuena en el gran páramo de las almas proletarias. Parece un agitador; y es un propagandista del orden constitucional. Parece un revolucionario; y lo que predica es la esencia del cristianismo social. Parece un caudillo de la libertad; y su palabra no es otra cosa que una invitación al sacrificio y al renunciamiento de cada cual en aras de la colectividad. (pag 214)